Sabemos muy poco de la vida del futuro presidente en aquellos años. Más allá de algunos comentarios que expresarían tanto sus más fervientes colaboradores y amigos, como también sus más enconados detractores, al menos coincidían siempre en dos aspectos, que claramente podríamos asociar con su perfil más primigenio. Por una parte, su notable capacidad de trabajo y obstinación a todos los efectos, lo que lo hacía empecinarse hasta la extenuación muchas veces, y, por otro, su profunda y ferviente vida espiritual, lo cual lo marcaría profundamente durante toda su vida.

Podemos intuir que la visión de trabajo y la constancia en cuanto a sus acciones, provenía precisamente de esta situación de ser el primogénito de una familia con gran raigambre tradicional. Estaba más que claro que para un chico de su edad, la responsabilidad de continuar con el legado familiar era un asunto importante. Por tanto, José Manuel, desde siempre tomo este rol de importancia con respecto a sus hermanos, tratando siempre de orientarlos y guiarlos lo mejor posible en lo que se pudiera, sobre todo tiempo más tarde cuando a los 29 de años, hubo de hacerse cargo de la familia, al fallecer su padre.

De sus aspectos religiosos, hemos de decir que claramente tendría una gran promotora, como era el caso de su querida madre. Pero también, responde a su formación como estudiante en el Colegio de los Padres Franceses, en donde destacaba tanto por sus aptitudes académicas, como espirituales. Tanto es así, que un joven José Manuel estuvo a punto de vestir el hábito sacerdotal, del que finalmente desistió por considerarse poco digno para dicho camino. Sin duda sabemos de las aptitudes educativas del futuro presidente, producto de que siempre destacó en los aspectos de retórica, literatura, historia y todo aquello relacionado con las humanidades. Basta con leer sus discursos y escritos, para comprobar la aspiración literaria y de todo ámbito de conocimientos con que contaba don José Manuel, las cuales, por cierto, utilizaría en cada una de las facetas públicas y políticas que le tocó vivir.

Hemos de destacar, sin caer en reflexiones burdas o simples, que lo referido con respecto a sus hermanos y cercanos siempre fue primordial para él. Las muestras de afecto y cariño con todos ellos, así como los consejos y la búsqueda del mejor sentir y vivir con sus hermanos era muy constante. Sin ir más lejos, ya en los últimos momentos de su vida, luego de haber tomado la fatal decisión que todos conocemos, en una de sus últimas cartas expone lo siguiente:

“Piensen que yo, que he ilustrado nuestro nombre, no puedo dejarlo arrastrar y envilecer por la canalla que nos persigue. Hay momentos en que el sacrificio es lo único que queda al honor del caballero. Lo arrostro con ánimo sereno.

Estoy cierto de que, con él, los míos y ustedes tendrán situación más exenta de ultrajes y de sufrimientos, y que los amigos se encontrarán menos perseguidos y humillados.

Velen por mis hijos y vivan unidos.

Después vendrá la justicia histórica.

(…) La distancia de esta región a la otra es menos de lo que nos imaginamos.

Nos veremos de nuevo alguna vez, y entonces sin los dolores y las amarguras que hoy nos envuelven y nos despedazan.

Cuiden y acompañen siempre a mi madre, y sean siempre amigos de los que fueron de nosotros.

Suyo siempre.

Como podemos ver, está más que claro, tanto la integridad como la cercanía y el cariño que el futuro presidente sentía y tenía por su familia. Más allá de la figura recia y notable que nosotros tenemos de él como la principal autoridad, sin duda que estos aspectos más sensibles, no solo nos clarifican al personaje, sino que sin duda ayudan también a apreciar en mayor humanidad lo grande e inmortal que fue, el presidente José Manuel Balmaceda.

Por el historiador Nicolás Llantén