Por Nicolás Llantén

El futuro presidente Balmaceda, como habíamos visto, desde hacía un tiempo estaba sembrando una carrera bastante promisoria en los múltiples aspectos en los que se había formado desde su tierna infancia. Producto de su inestimable ahínco en lo laboral, había conseguido ser uno de los más notables elementos de la representación chilena, durante el Congreso Americano que se realizó en Lima, en 1864. José Manuel se había desempeñado como secretario personal del plenipotenciario Manuel Montt. Si, el mismo que había sido presidente unos años antes. Eran tiempos convulsos en nuestra América, y era necesario buscar la unidad de las jóvenes naciones ante los onerosos ataques del viejo mundo.

En esos menesteres se encontraba, cuando de favor, Domingo de Toro Herrera, por ese entonces presente en Lima, le pide que le envíe noticias a su familia en Chile noticias sobre su situación. Don José Manuel, de nobeles 24 años accede. Se dirige a la casa de los Herrera de Toro, (que estaban emparentados con personajes de la talla de Mateo de Toro y Zambrano, el famoso presidente de la Primera Junta de Gobierno de 1810 y de Paula Jaraquemada, la heroína protectora de muchos patriotas), con la elegancia de su porte y fineza de modales, además de ser bastante famoso en ese entonces por sus escritos recientemente publicados, cayó muy bien en la familia. Emilia, de unos tiernos 19 años, estaba al piano amenizando la velada. José Manuel quedó prendado.

El cortejo fue lento y complicado, pero como bien sabemos, el futuro presidente se afanaba siempre en sus tareas, hasta que finalmente la notable joven aceptaba la propuesta. El 11 de octubre de 1865, se casaban los enamorados en la Parroquia del Sagrario. El matrimonio tuvo vaivenes y situaciones buenas y malas, como en todas las relaciones. Doña Emilia, al igual que José Manuel tenía mucho carácter, lo cual le hizo ser, sin duda, una madre ejemplar, como sus hijos describieron. Era una mujer de destacadas cualidades, y siempre apoyo al futuro presidente en cada uno de los diferentes asuntos en los que participó. Siempre estuvo a su lado en los acontecimientos que siguieron, incluso en aquellos en los que muchas veces no estuvieron de acuerdo, como fue, por ejemplo, la compleja situación política del país en el año de 1891, en el que incluso algunos autores especulan un cierto quiebre en la pareja presidencial.

Sin duda el amor primó entre ambos, pero sobre todo el respeto y la comprensión hacia su mujer. El talante que el presidente expresaba hacia quienes les profesaba cariños, también incluía a Emilia, claramente. En dos cartas póstumas lo dejaba muy claro. Que si bien, podemos leer casi como un dictado o unas recomendaciones más directas, se reviste en ellas, quizá de modo muy somero a pesar de las vicisitudes, la importancia que para don José Manuel Balmaceda representaba la figura de su esposa. Tomemos un pequeño ejemplo, de esas cartas. El presidente Balmaceda, disponiendo de sus bienes, le expresa a Emilia, lo siguiente:

Vivan con modestia, sin lujo, pero con decencia. Sean económicos y conserven lo que tengan; también toda la servidumbre redúzcanla a lo estrictamente necesario y escójanla con cuidado.

          Conserven siempre la amistad y gratitud para todos los que me sirvieron.

       (…) Que cuide del honor histórico de lo que junto hemos hecho.

          Sin agitación y sin quebranto político, tendrán, al fin, la felicidad de que han carecido siempre por esta causa.

Solo a alguien de suma importancia e intimidad se le pueden exponer estos claros preceptos.  Si no, ¿por qué escribirle sus últimas voluntades a ella en particular? Si no existe confianza, no puede haber respeto. Y claramente, sin respeto, no hay amor.