Por Nicolas Díaz Amigo

Parecería ser que dentro del debate nacional se encuentra ampliamente generalizado el que las manifestaciones estudiantiles han cumplido un rol importante. Da la impresión que todos, apoyen o rechacen los paros y manifestaciones, al menos reconocen el merito de haber puesto el tema en el tapete, si bien algunos piensen que los estudiantes no tienen porque imponer sus soluciones cuando no les corresponde. Quisiera reflexionar brevemente acerca del rol que cumplen – o debiesen cumplir – las manifestaciones ciudadanas en conjunto con la tecnocracia en el proceso político.

La racionalidad de los tecnócratas, aquellos grupos de expertos que son llamados a otorgar las soluciones concretas, a los problemas son una contraposición directa a la irracionalidad de las marchas, que constituyen grupos dispuestos a hacer una demanda política pero sin necesariamente conocimiento o expertise para generar las políticas públicas. Por supuesto, la discusión en torno a la dicotomía tecnocracia y política ya ha sido hasta cierto punto superada con el primer cambio de gabinete de Piñera donde la tesis de la gestión eficiente no política se dio por fracasada. A pesar de eso, hay personas que aún ven con cierto escepticismo las manifestaciones ciudadanas y se cuestionan hasta que punto personas sin conocimiento técnico de la materia puede hablar al respecto en vez de dejar que los expertos con sus comisiones e informes hagan su trabajo.

Mi posición es que las manifestaciones sociales pueden ser una sana demostración de participación de la ciudadanía (aunque también comprendo que una sociedad que tiene que estar en prolongadas manifestaciones es una donde
las instituciones no están funcionando) ya que una sociedad que se manifiesta es reflejo de que está involucrada en algún grado en los asuntos públicos del país y eso es una condición necesaria para el buen funcionamiento democrático. Sin embargo, hay una razón más de fondo para argumentar a favor de la importancia de las marchas en una sociedad democrática y tiene que ver con que los expertos y tecnócratas nunca otorgan soluciones políticas de los distintos problemas, sino cuales son los caminos indicados para llegar a determinadas soluciones. No otorgan respuestas políticas ya que no es su tarea hacerlo, pues en nuestra democracia liberal, no hay imposiciones sobre qué es lo deseado y lo que no. Concretamente esto significa que un economista puede decirnos cuál es la mejor manera de llegar hacia un mercado totalmente eficiente, pero cuando se contraponen dos valores distintos, la igualdad y la eficiencia, el economista no puede decidir por la ciudadanía.

Por varias décadas se empezó a instalar en Chile el discurso de que no había diferencias reales en lo que las personas quieren políticamente, y que por tanto solo es necesario una gestión adecuada, que nos permita alcanzar el mayor
desempeño en el ámbito económico. Me parece que una de las grandes consecuencias que han tenido las manifestaciones de este año es que los ciudadanos han demostrado que las diferencias en la política existen (ya sea en lo medioambiental o lo económico), y que comenzar estos debates es importante.

Cuando se señala que el movimiento estudiantil persigue fines políticos y no le interesa realmente mejorar la educación, lo que está detrás esa afirmación es que existe algo así como un estándar objetivo que nos dice qué es lo que
constituye una mejor educación. Si bien es importante tratar de crear índices estandarizados para tener alguna forma de medir que es lo que pasa en el agregado, éstos siempre serán imperfectas fotos de la realidad. Pero incluso si pudiésemos tener una medición perfecta de cómo nos va en lenguaje, matemáticas o cualquiera de las distintas asignaturas, eso aún no nos diría que es lo que constituye una buena educación.

Para algunos una buena educación será aquella que nos da las herramientas básicas para desempeñarnos en nuestra vida laboral, para otros es muy importante la formación cívica de personas que se desempeñan en sociedad y la superación de barreras económicas, y también hay quienes señalan que lo más importante es la creación de personas íntegras y donde la persecución de fines musicales o artísticos va más allá de el beneficio económico o de eficiencia que pueda traer el ingreso a un sistema educativo. Todas estas visiones son validas y representan una diferencia política, y aunque éstas no son necesariamente contradictorias entre sí, sostener una por sobre otra puede generar diferencias en la práctica a la hora de la formación de las políticas públicas.

Sin dejar de lado la tecnocracia y el correcto funcionamiento técnico, debemos recordar que estas diferencias pueden existir y no hay que pretender que hay soluciones objetivas a conflictos subjetivos. Las manifestaciones ciudadanas justamente dan cuenta de diferencias políticas que escapan lo técnico, y hablan sobre el tipo de país que queremos. La idea de la democracia es que estas distintas ideas políticas puedan competir y las distintas instituciones de la república deliberen en torno a lo que las mayorías decidan en una competencia libre. Si ahora está en boga el problema de la educación y particularmente qué es lo que significa una buena educación, una democracia real debiese dar a los
ciudadanos opciones claras sobre las distintas alternativas, un debate de ideas adecuado y la capacidad de resolver democráticamente lo que queremos como sociedad.

Las manifestaciones en conjunto con otras formas de expresión cívica no constituyen la solución total, pero si son parte vital del proceso por el cual damos cuenta de las diferencias y comenzamos a debatir en el plano de la política.