Discurso de Balmaceda | Inauguración Viaducto del Malleco 

Transcripcción

Collipulli, octubre 18 de 1890

Señor ingeniero: habéis cumplido el deber y puesto término a esta construcción, estimada entre todas las de su género como una de las primeras del mundo.

Concebida en condiciones más reducidas por don Gustavo Adolfo Flühmann, el ingeniero don Aurelio Lastarria la ensanchó y la elevó hasta darle las proporciones

colosales que hoy tiene. Honra a usted, señor Vigneaux, y a la memoria de los señores Flühmann y Lastarria. Vuestros nombres no se borrarán del recuerdo de los chilenos.

El Creusot, que ha elaborado el blindaje del Capitán Prat y que construye la superestructura de los puentes de los nuevos ferrocarriles, deja aquí el testimonio vivo de su poderosa iniciativa industrial. En verdad, el arte, el trabajo y el capital, realizan maravillas no imaginadas hace veinte años. La ciencia y la industria moderna tienen un poder de creación capaz de someter todos los elementos de la naturaleza a su sabiduría y a su imperio. La palabra imposible, en el arte de las construcciones materiales, está borrada de sobre la faz de la tierra.

Siento, señores, en este instante, una satisfacción muy legítima. En 1883 vine a este sitio en mi carácter de Ministro del Interior. Sostenían muchos que la línea central debía continuarse desde Angol a Traiguén y Temuco. Se afirma que éste no era el valle central del territorio y que ese abismo era una barrera impenetrable para la construcción de esta línea férrea. No me arredró la profundidad del Malleco.

Me decidí por este trazado para la línea matriz y, no obstante, las resistencias del miedo para emprender esta grande obra, hice aceptar su ejecución en los consejos de gobierno. Fueron aquéllas las mismas resistencias que he encontrado después para la formación del puerto de Llico. En breve esas nuevas resistencias desaparecerán y las provincias centrales tendrán un hermoso puerto comercial, y la República el primer puerto militar del continente. 

El éxito ha coronado los esfuerzos de todos los que han prestado cooperación para derramar los beneficios del trabajo en esta comarca, hasta ayer dominada por la raza más inculta, pero la más viril y la más heroica de la tierra. No hace muchos años una partida de araucanos a caballo cruzó este rio y atacó la población civilizada de estos alrededores. Rodeados y acosados por el vecindario y por tropas regulares, los araucanos, antes que rendirse al enemigo, se lanzaron al fondo de ese precipicio, destrozándose y muriendo todos, jinetes y caballos.

Esos son los chilenos. Hoy invadimos el suelo de aquellos bravos no para incendiar la montaña, ni para hacer cautivos, ni para derramar la sangre de nuestros hermanos, ni para sembrar la desolación o el terror: con el ferrocarril llevamos a la región del sur la población y el capital, y con la iniciativa de gobierno, el templo en donde se aprende la moral y se recibe la idea de Dios, la escuela en la cual se enseña la noción de la ciudadanía y del trabajo, y las instituciones regulares a cuya sombra crece la industria y se alienta el derecho, y bajo cuya influencia el pueblo se engrandece por la conciencia de su libertad y por el activo ejercicio de sus atribuciones soberanas. Todos los problemas económicos del porvenir de Chile están ligados a la construcción de nuevas líneas férreas. Las leyes de ocasión, los arbitrios de los banqueros y rentistas, las economías dirigidas a limitar los trabajos públicos, no traerán a nuestro suelo el bienestar, ni la circulación metálica. Cuando en la región salitrera, comprendida entre Camarones y Chañaral, haya ferrocarriles de libre competencia, con línea central y transversales, de modo que se abarate el porteo de salitre, y se reduzca su precio y se estimule su consumo en los mercados del mundo; cuando las provincias de Antofagasta, Atacama, Coquimbo y Aconcagua, tengan un ferrocarril troncal y ramales que conduzcan al mar y a los asientos minerales del oro, la plata, el cobre, el estaño y el manganeso, y a precios económicos los valiosísimos productos de la industria minera; cuando este ferrocarril llegue hasta Llanquihue y los productos de los valles centrales puedan extraerse por Valdivia, Rio Bueno, Imperial, Constitución y Llico, ya por la vía fluvial o por caminos de acero, y se aumente el valor de la propiedad, y se mejoren los salarios, y se eleve la producción y se puedan implantar las industrias fabriles, aprovechando el poder de nuestras hulleras o las corrientes de nuestros ríos; cuando salgamos de la condición de país con producciones primitivas, y principiemos la elaboración de la materia prima; cuando todo esto suceda, para lo cual bastan un poco de energía y unos pocos años, la moralidad penetrará más espontáneamente en nuestras clases sociales, la riqueza tendrá condiciones de vida y de acrecentamiento propio, se aumentará el intercambio de productos nacionales y extranjeros, y sin violencia, por la fuerza natural de las cosas, como los ríos cuando exceden su lecho con su propio caudal y cubren la llanura con sus aguas y con su limo, así el exceso de nuestros productos derramará el oro y la plata en los mercados de Chile, porque sólo produciendo más y consumiendo menosinclinaremos la balanza comercial del lado de nuestras arcas y de la riqueza de mis conciudadanos. Con otros dos mil kilómetros de ferrocarriles, a más los que hoy se construyen, con seis años de trabajo y con treinta millones de pesos oro, se puede realizar este programa económico, el único que nos hará ricos y felices, y el único que nos devolverá la balanza comercial perdida. No es por un sentimiento de vana satisfacción que trazo estos rumbos al esfuerzo común de los chilenos: cumplo apenas con el deber de dar a mis compatriotas el fruto de mi experiencia, el conocimiento cabal de la riqueza pública, y el juicio que después de tantos lustros me he formado de la potencia nacional, de sus recursos, de su virilidad y aptitudes.

Conciudadanos: por grandes que hayan sido o que pudieran ser en lo futuro las pruebas a que nos veamos sometidos por el destino o por los acontecimientos, no he vacilado ni vacilaré un solo instante en el cumplimiento de mis deberes como primer servidor del Estado.

Tengo fe en Dios, que ve hasta el fondo de las conciencias. Tengo fe profunda en mis conciudadanos, a los cuales he consagrado todos mis esfuerzos para engrandecerlos, engrandeciendo a la República. Al inaugurar este monumento del saber y del trabajo, les doy a todos el abrazo del patriotismo.

El pabellón chileno es sagrado, y a su sombra podemos todos, gobernantes y gobernados, unirnos en íntima efusión, para bendecir a la Providencia que nos bendice, y para congratularnos por las conquistas del progreso y del ingenio humano.

Este grandioso monumento marcará a las generaciones venideras la época en que los chilenos sacudieron su tradicional timidez y apatía y emprendieron la obra de un nuevo y sólido engrandecimiento. Quiero, en esta hora feliz, elevar mis votos a la altura, porque los que vengan en pos de nosotros nos excedan en inteligencia, en actividad y en acierto, y sobre todo, en energía para hacer el bien y levantar más aún a esta patria de nuestro corazón y de nuestros hijos.

J.M. Balmaceda