Por Nicolás Llantén – Historiador

El saldo de Con-Con había sido funesto para las fuerzas del presidente. A pesar de los esfuerzos por contener a los rebeldes en la desembocadura del Aconcagua, los problemas de abastecimiento, conflictos en los mandos, la desorganización imperante, entre otras, finalmente sentenciaron un resultado que –a todas luces- parecía que pudiera haberse evitado. El nivel de polarización en el conflicto, así como también las acciones realizadas en contra de los vencidos tomaron tintes de verdadero horror en las horas posteriores a la batalla. Así nos lo relata en sus memorias, el soldado Victor J. Arellano:

Los revolucionarios se han echado encima manchas de infamia que no las borrará el tiempo en sus infinitas transformaciones: nuestra ambulancia asaltada por ellos y los jefes, oficiales y soldados que no se rendían con palabras humillantes, ¡eran bárbaramente ultimados! – ¡Al repaso!- va la siniestra y preventiva voz de los revolucionarios para ejecutar su obra… El, jefe del servicio sanitario, doctor Pinto Agüero, ¡murió a manos de esas desalmadas hienas! El doctor don Ramón  Pérez Font, de nuestro regimiento, fue apresado y hasta una cantinera que se ocupaba en  vendar las heridas de los pobres soldados, ¡recibió un balazo de  los implacables enemigos!

A pesar de los funestos mensajes recibidos y sobre todo con posterioridad al triste informe que entregara el ministro de interior Bañados, la consigna de Balmaceda era clara. Era necesario evitar que el enfrentamiento fratricida continuara, el saldo de víctimas aumentaba considerablemente e incluso se estaban violando los principios más básicos de humanidad y libertad que se habían establecido en su gobierno como eje rector. En un telegrama al comandante Alcérreca, el presidente le comentaba lo siguiente con respecto a los desmanes provocados por el enemigo y la actitud que debía tomarse:

“(…) no hay, no puede haber desacuerdo tratándose del respeto que en las horas de crisis debemos todos los chilenos, sin distinción de bandos políticos, a la propiedad y a  las personas, al sosiego y a la inviolabilidad de los hogares

Sin embargo, al parecer algo ocurría. Se esperaba que las tropas rebeldes inciarían un rápido avance primero a Valparaíso, con el objetivo de cortar la ruta de suministros hacia la capital, y luego continuar camino a Santiago buscando con esta acción dar por terminada la lucha. Sin embargo entre los días 23 a 26 poco más que reorganizar provisiones y sumar fuerzas a la causa (unos 2000 hombres del bando del presidente se pasaron a las filas del Congreso) fueron las acciones  realizadas por los partidarios del alzamiento. Esta situación entregó cierto margen de maniobra a Balmaceda y sus generales, que con lo poco de suministros y de hombres que quedaron después de Con-Con más algunas reservas buscaron cortar la ruta de avance de los enemigos. El periódico “La Nación”, presentaba entre sus páginas lo siguiente:

Lo que más preocupa a S. E. el Presidente de la República, es evitar en cuanto sea posible el derramamiento de sangre, y para eso nuestro ejército está recibiendo de hora en hora el refuerzo de nuevas tropas que llegan al campo de batalla y cierran todos los caminos al enemigo…

Para el día 27, después de numerosos retrasos los alzados finalmente decidieron avanzar, buscando cortar la ruta entre Valparaíso y Santiago, con el objetivo de caer sobre la primera haciendo un rodeo. Las fuerzas del presidente, al enterarse decidieron apostar sus defensas en el sector más cercano al antiguo Camino Real entre la capital y el puerto. Todo estaba preparado, al día siguiente se libraría la gran batalla.

  • Rodríguez, M., E.,  (1899) Últimos días de la administración Balmaceda Santiago: Imprenta y librería del centro editorial La Prensa
  • Arellano, V.J. (1892) Batallas de Con Con y Placilla. Reminiscencias de un ex – terceriano. Buenos Aires, Sin editorial.
  • Nabuco, J. (1914) Balmaceda. Santiago: Imprenta Universitaria.
  • Ortega, L (1993) La Guerra Civil de 1891: 100 años hoy. Santiago: Universidad de Santiago.