Por el historiador Nicolás Llantén

Tal como habíamos expresado en nuestra anterior entrega, la noticia de la derrota en Placilla y el avance de las tropas revolucionarias hacia Santiago había generado la inmediata reacción del presidente Balmaceda en cuanto a conseguir dos objetivos clave: evitar cualquier mayor desorden y muertes por parte de los vencedores, pero también poner a resguardo lo más pronto posible a su familia y cercanos, ya que al parecer las represalias tomadas en su contra se realizarían sin ninguna contemplación. La entrega del mando del Estado a Baquedano buscó generar esa supuesta calma, pero la verdad es que fue todo lo contrario. Verdaderas hordas de gente, fueron casa por casa en busca de los que habían sido colaboradores del presidente, con listas entregadas por los revolucionarios se formaron verdaderos grupos de saqueo que literalmente no respetaron a nada ni nadie. Martina Barros Orrego, testigo ocular de dichas acciones así nos lo relata:

“Solo vi los saqueos en la parte central de la ciudad; fueron muchos. En los alrededores de mi casa fueron saqueadas las de doña Encarnación, el palacio de la Alhambra de Claudio Vicuña, el hermoso palacio de los Ovalle que hoy ocupa el Club Conservador, en la calle de Compañía. ¡Desde los altos de esa casa vi arrojar un piano de cola! También saquearon en la cuadra de más debajo de mi casa, el domicilio del Intendente de Santiago, y pretendieron destruir la casa que se había construido, para sí, Balmaceda, en Catedral esquina nor-poniente de Amunátequi –hoy de Alejandra Valdés de Infante-; pero un joven la salvó llenándola de letreros en que se decía que “el pueblo se la daba al Coronel Canto” “el pueblo para Canto”, etc., etc…”

A nivel popular, los cantores y sus coplas se vanagloriaban de dichas acciones, en donde muchas veces eran azuzados tanto por partidarios políticos de la revolución, como también por clérigos que portaban en sus manos las listas de los nombres y familiares balmacedistas:

“Brindo, dijo un josefino,
cuando tocan a saqueo
los de sotana y manteo
soy el ladrón mas ladino.
Diestro soy en mi destino
que no hay con que comparar
si me quieren atrapar
echo pues las voladoras
y en menos de un cuarto de hora
yo desocupo un hogar”.

El saldo era grotesco. Se comenta incluso que el propio presidente Balmaceda, ya resguardado en la Legación argentina, pudo contemplar desde la ventana como era completamente saqueada y quemada la casa de su madre, que estaba justo en frente de dicho edificio. Claramente, la tristeza y el abatimiento que pudo provocarle tan terrible acontecimiento era peor en cuanto al saber que no podía hacer nada para evitarlo, ya que hasta ese momento, no se sabía a ciencia cierta el paradero del presidente por parte de los alzados. De haberlo sabido, sin duda que habrían acabado con él de las maneras tanto o más atroces como habían acontecido los hechos después de Con Con y Placilla.  A pesar de ello, así reflexionaba el presidente en su pequeño refugio:

El régimen parlamentario ha triunfado en los campos de batalla; pero esta victoria no prevalecerá. O el estudio, el convencimiento y el patriotismo abren camino razonable y tranquilo a la reforma y a la organización del gobierno representativo, o nuevos disturbios y dolorosas perturbaciones habrán de producirse entre los mismos que han hecho la revolución unidos y que mantienen la unión para el afianzamiento del triunfo, pero que al fin concluirán por dividirse y por chocarse. Estas eventualidades están, más que en la índole y en el espíritu de los hombres, en la naturaleza de los principios que hoy triunfan y en la fuerza de las cosas.

Sin embargo, todavía quedaban mayores crímenes y vejámenes que, sin dudarlo, dejarían aún más claro el nivel de la odiosidad y el revanchismo que corroía el alma de los alzados.

Para saber más:

  • Barros, O. M (1942) Recuerdos de mi vida. Santiago: Orbe.
  • Dina Escobar y Jorge Ivulic.  “Las cartas póstumas de Balmaceda en el centenario de una crisis”. En Dimensión Histórica de Chile. n° 8. 1991. p. 83-102.
  • Navarrete, M (1993) Balmaceda en la poesía popular (1886-1896) Santiago: Centro de investigaciones Diego Barros Arana.
  • Rodríguez, M., E.,(1899) Últimos días de la administración Balmaceda Santiago: Imprenta y librería del centro editorial La Prensa