La ACES es una institución que se ha caracterizado por su protagonismo en la serie de protestas ciuda-danas que han remecido el clima político de Chile en los últimos años, y que han puesto en tela de juicio los valores y principios del sistema económico y político tradicional. ¿Qué dota de fuerza a esta colectivi-dad? ¿Cómo se organiza? ¿Cuáles son sus perspectivas futuras?
Por: Jean Masoliver y Kevin Tarud
Fundación Balmaceda
Durante los últimos años, Chile ha sido remecido por una serie de protestas ciu-dadanas, de las cuales una de las que más atención ha concitado ha sido la de la ju-ventud, específicamente respecto al tema educacional. Al parecer, han puesto en tela de juicio los principios del sistema político y social que el país construyó desde el re-torno a la democracia. Actualmente, el gobierno de la Nueva Mayoría, con una ambi-ciosa agenda de reformas —tributaria, educacional y constitucional— ha parecido to-mar la posta del clamor de este sector, autodenominándose sus representantes. De hecho, el ministro Eyzaguirre ha demostrado una apertura al diálogo, convocando a actores del movimiento estudiantil, lo cual pone de manifiesto la creciente influencia que este grupo de presión ha logrado establecer en el espacio público en los últimos años.
Entre estos grupos de protesta, claramente contestatarios, que exigen políticas públicas no tradicionales, se destaca uno por su radicalidad y trayectoria, el cual agru-pa los intereses de un sector del estudiantado que ha tenido gran visibilidad mediática. Nos referimos a la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (en adelante, ACES).
¿Qué ha hecho a este actor tener la proyección, persistencia y capacidades que hoy le otorgan esta importancia y legitimidad por parte de un sector del estudiantado? ¿Qué lo caracteriza en cuanto a su dinámica interna? Y, lo que es más importante para el momento que vive Chile, ¿cuál es el peso político que hoy tiene esta organización?
GENEALOGÍA DE LA ACES
Primera etapa: Paternidad del Estado (1990-2001)
Con la vuelta a la democracia, en 1990, hubo un particular interés por otorgar un horizonte político a la juventud. Si bien la Federación de Estudiantes Secundarios (FE-SES) tuvo un importante rol en las postrimerías de la dictadura militar —sobre todo en cuanto a la defensa de agendas estudiantiles específicas y coyunturales— los partidos políticos de la otrora oposición, observaron en esa plataforma un espacio para poder difundir sus idearios. Era común —y en la democracia, prácticamente una costumbre— que el presidente de la FESES fuera miembro de la juventud de un partido político tra-dicional.
No obstante este escenario, al momento de legislar sobre las temáticas de la ju-ventud, otorgándole una nueva institucionalidad para esta nueva etapa del país, se lo hizo con un tenor marcadamente apolítico y con variados énfasis en lo social-comunitario. Esto se refiere concretamente a generar espacios para prácticas que ten-gan como objetivo entregar un servicio a la comunidad, y desarrollar en la juventud su vocación de servicio, por ejemplo, mediante talleres deportivos, comunidades de base religiosas, voluntariado, actividades culturales, etc. Esto, debido a que existiría la idea de que la juventud pasa por una crisis de funcionalidad social. El joven no tendría claro su rol en una sociedad en constante cambio como la del Chile de la transición. Ante esta situación, se buscaron iniciativas políticas que viniesen a remediar esta crisis.
En el mensaje presidencial de Aylwin, de marzo de 1993, del proyecto de ley “Sobre el fomento y desarrollo de organizaciones de la juventud” se observa claramen-te el espíritu antes mencionado.
En esta nueva época en que ha entrado Chile y el mundo, ser joven es particularmente difícil y, en muchos sentidos, desconcertante. Hasta no hace mucho tiempo, siempre se dispuso una gran causa común de tipo político que identificaba a una gran porción de la juventud y le daba sen-tido como generación. Con el fin de las grandes confrontaciones ideoló-gicas esas utopías totalizadoras han perdido intensidad y, con ello, la po-lítica deja de ser el factor que da sentido a ser joven. Se trata de un signo de los tiempos. Es un error, por lo tanto, tachar el menor interés de
los jóvenes por la participación política como simple apatía y desencanto, o creer que esto se puede revertir con facilidad.
Lo más difícil que tiene ser joven hoy reside tal vez en que la juventud debe enfrentar ahora el desafío de inventar ella misma el sentido de ser joven. Lo trata de hacer de múltiples vías: el estudio, la actividad econó-mica, la religión, la ecología, el arte y la cultura, la ciencia, etc. Por tanto, más que repetir el camino de otras generaciones, lo que corresponde es abrir a los jóvenes caminos para que por ellos puedan canalizar su fuer-za, su creatividad, su rebeldía.
En la cita anterior, se evidencia la inquietud política por hacer de la juventud un segmento que participe, y no se quede fuera de los procesos modernizadores que Chi-le estaba propulsando. Asimismo, se observa claramente que ésta sería la razón prin-cipal del descontento y la apatía de los jóvenes: el sentirse excluidos y el no contar con los espacios para desenvolverse productivamente en el país. Lo anterior sería el rasgo esenciante que constituye esta crisis generacional, en la que los jóvenes estarían en-vueltos.
Asimismo muchos jóvenes, tanto en la ciudad como en el campo, cuando no perciben horizontes para sus naturales inquietudes, pueden caer en una angustia que los estigmatice y que se acentúa con la presión de una sociedad que les exije (sic) resultados, pero que no les aporta instrumen-tos adecuados para alcanzarlos. Así viene la desesperanza y el escepti-cismo.
Con este proyecto de ley, finalmente, se crea el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) —organismo que vela por los intereses social-comunitarios de los jóvenes— como un hito de las inquietudes de la política tradicional para con este segmento socio-etario. Luego, entra en escena el rol supuesto de las organizaciones juveniles escola-res y universitarias, y la pregunta sobre cuál debiese ser su aporte para la política na-cional. Este organismo estatal luego se convertiría en el principal punto de convergen-cia entre el mundo estudiantil y el Estado. Los fondos mediante los cuales se financia-ban las actividades de las organizaciones estudiantiles —la FESES y, desde 1995, la Unión de Estudiantes Secundarios (UNES)— provenían directamente desde el INJUV,
mediante transferencias obtenida en base a proyectos estudiantiles, método que viene a ejemplificar el nuevo rol que la juventud estaba teniendo en la transición.
La FESES sufre una escisión en 1995, cuando la Democracia Cristiana logra lle-gar a la presidencia de esta asociación. En medio de un debate coyuntural sobre la educación sexual en los liceos, surge un sector del estudiantado que exige la misma, y se enfrenta con alumnos que estaban en contra, incluso, del uso del preservativo. Este debate divide fuertemente a los estudiantes, produciéndose el nacimiento de la UNES. Ambas asociaciones, luego, trabajan en conjunto para elevar las demandas estudianti-les hasta la extinción de esta última a fines de la década.
La institucionalidad de la FESES es aprovechada como plataforma por los parti-dos políticos. La presidencia de la agrupación, por ejemplo, era un botín muy apreciado por los mismos, y por lo general recibían patrocinio de autoridades legislativas. Esta relación comienza a tomar forma institucional mediante la creación del Parlamento Ju-venil en 1998, un organismo que es creado de manera exógena al estudiantado y que pretendía que los jóvenes aprendieran, mediante el ejercicio simulado de democracia representativa, algo de cultura cívica. En la práctica, el Parlamento Juvenil servía como un espacio de coacción —o cuando menos control— por parte de los partidos políticos mediante el patrocinio de sus actividades.
Las actas de las sesiones del Parlamento tempranamente evidenciaron la inhe-rente tensión del dirigente estudiantil simpatizante de un partido político. Por un lado está la idea de la representación de demandas sectoriales del alumnado que lo eligió como presidente de curso o representante del distrito correspondiente; por otro lado está la compleja presión de la ideología partidista. Los parlamentarios juveniles demos-traban desde las primeras sesiones que su función en ese organismo carecía de senti-do si no existía cierto grado de autonomía de los jóvenes de llevar a cabo sus propios proyectos, o posicionar sus propias necesidades. En definitiva, los jóvenes buscaron utilizar ese dispositivo para crear un relato juvenil con intención de crear efectos en el espacio público, aunque no tuvieron éxito.
El Parlamento Juvenil fue disuelto por los mismos congresistas que lo estable-cieron en 2001, por diversos motivos que iban desde no poder controlar las manifesta
ciones estudiantiles que estaba floreciendo a partir de los problemas devenidos del proceso de renovación del pase escolar de ese año, hasta las acusaciones que seña-lan que la institución se tomó atribuciones que no le correspondían, como apoyar vía carta a Hugo Chávez o pedir al Ministerio de Bienes Nacionales un terreno para cons-truir un edificio exclusivo para la corporación
En este escenario, la ACES nace como una dura respuesta a la creación de ins-trumentos exógenos al estudiantado que buscan canalizar sus intereses políticos, for-mulando un discurso disruptivo frente a la sociedad, con una profunda desconfianza a la autoridad y con un modelo de organización política que se construye en torno a la horizontalidad y solidaridad de grupo.
Segunda etapa: Configuración de un discurso rebelde (2001-2006)
Luego de la creación de la ACES el año 2001, se percibe un perfil del estudian-tado más crítico e indómito, sobre todo al considerar el clímax social-político y la deba-cle educacional ocurrida el 2006. La llamada ‘Revolución pingüina’ instaló en el debate público la necesidad de efectuar reformas esenciales en el área educativa.
Entre sus demandas principales, se encontraban: la gratuidad de la Prueba de Selección Universitaria (PSU); gratuidad del pase escolar durante todo el año, reformu-lación de la Jornada Escolar Completa (JEC) y, la más importante de todas, la deroga-ción de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), ya que los estudiantes la consideraban como un resabio de la dictadura militar, y que restringía sobremanera la participación del gobierno en materias educacionales.
En el punto anterior se atisba uno de los aspectos que luego cobraría una impor-tancia decisiva para el mundo estudiantil durante el año 2011: el cuestionamiento a la lógica estatal, adscribiéndole un rol más activo y proteccional para con el mundo social (a la manera de los estados de bienestar europeos), criticando sus disposiciones sub-sidiarias para promover la libertad de enseñanza.
En este escenario, se percibe con fuerza el antagonismo entre los estudiantes representados por la ACES y el Estado, a diferencia del clima existente con la vuelta a la democracia a finales del siglo pasado, en donde se comprendía al rol del gobierno
como un guía y un referente de los quehaceres estudiantiles. El 2006, en cambio, se observa una antítesis radical entre el imaginario social propuesto por los secundarios, y las directrices fijadas por el Estado.
Analizando sus estrategias de movilización y protesta, destacamos un aspecto que más adelante nos ayudará a comprender la orgánica interna y las lógicas organi-zacionales de la ACES, según un enfoque sistémico. Durante mayo de 2006 —en los albores de la movilización— María Jesús Sanhueza, dirigente de la colectividad, junto a la vocera Karina Delfino, dieron a conocer su estrategia y campaña de movilizaciones. Ésta contaba, básicamente, con tres dimensiones: Jornadas de discusión en donde se elaborasen petitorios, generar convocatorias masivas para protestar en las calles, y generar alianzas estratégicas con otros actores y colectividades del mundo civil, parti-cularmente con universitarios, trabajadores y pueblos indígenas. Con esto se buscaba fortalecer el peso político del movimiento estudiantil, al incorporar sectores que se en-contrarían históricamente excluidos de los procesos modernizadores del país, y los que habrían sido objeto de políticas públicas difusas, ineficientes e insuficientes, al momen-to de remediar su situación.
No obstante lo anterior, esta estrategia supuso una amenaza para la ‘pureza’ del movimiento estudiantil, ya que se percibía la confluencia de distintas agendas políticas, que terminarían por distorsionar los objetivos inicialmente planteados. De este modo, ya para junio de 2006, se busca establecer una distancia entre la protesta de los se-cundarios y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), el que había hecho un lla-mado a marchar. Asimismo, la dirigencia de la ACES realiza una autocrítica, y asevera la necesidad de reorganizar el movimiento estudiantil, desvinculándolo con sectores gremialistas, para así declarar su independencia política. Como aseveró Esteban Liza-na, secretario general del Liceo Lastarria: “El movimiento corre el riesgo de desvirtuar-se si no asume su independencia de las variadas organizaciones, como los gremios, que buscan aprovecharse de él”.
En esta pequeña progresión histórica, se evidencia el rasgo sistémico que adop-tó la ACES para desenvolverse como entidad política estudiantil, que analizaremos más adelante. Por una parte, la vinculación con otros actores de la sociedad civil para
potenciar el movimiento, por otra, el preservar una esencia propia de la colectividad, afín de no desvirtuar o empañar sus visiones, metas y objetivos.
Tercera etapa: Repliegue y cooptación (2006-2011)
Luego de las masivas protestas del 2006, la educación fue el objeto de numerosas políticas públicas, que buscaban incrementar su calidad. La LOCE fue fi-nalmente derogada el año 2009, por la Ley General de Educación. Esta victoria de las demandas estudiantiles —además de otras reformas impuestas durante el primer go-bierno de Michelle Bachelet — lograron desarticular gran parte del movimiento estu-diantil, donde una cantidad considerable de sus líderes o ‘rostros’ fueron cooptados por los partidos políticos tradicionales.
Lo anterior supuso un paréntesis entre 2006 y 2011, caracterizado por la ausencia de protestas contingentes y coyunturales, con convocatoria del calibre de la “Revolución pingüina”. En este periodo, se hacen patentes los esfuerzos del gobierno por canalizar o encauzar las demandas de los secundarios por las vías de la política tradicional.
Esta situación presenta dos matices para el futuro de la ACES como colectividad política-estudiantil. Por una parte, la posibilidad de que sus demandas se concreten mediante el plano institucional, por otra, que sean absorbidos por la maquinaria estatal que intentaban derrotar. Por este motivo, la cercanía con la dinámica gubernamental supone un arma de doble filo para un grupo como la ACES.
Como asevera Pablo Ríos —antiguo dirigente de la UNES, que le tocó vivir la “Revolución pingüina” siendo miembro del Partido Radical y funcionario de gobierno de la administración Bachelet— “(…) la importancia que tienen los partidos políticos es cooptar a los dirigentes, porque cuando ocurre un conflicto social de esa envergadura se busca quiénes son los líderes, a qué sector político corresponden, quién los contro-la, y comienzan a buscar estrategias vinculantes”.
Esto describe la situación que se vivió luego de las protestas del 2006, en donde el estado pasa a revestirse nuevamente con este aura de sostenedor y guía de la cau-sa estudiantil, para ser combatido nuevamente —con una vigorosidad e intensidad re-
novada— el 2011. Segundo año de una coalición centroderechista presidida por Se-bastián Piñera.
Cuarta etapa: materialización de la lucha (2011-tiempo presente)
El año 2011 vuelve a levantarse una reivindicación social-juvenil en nombre de la educación pública, que contempló una pluralidad de actores: la CONFECH, la CO-NES, el Colegio de Profesores, además de la ACES. Estas organizaciones se denomi-naron las representantes de la voz ciudadana, que exigía reformas al sistema educati-vo, pero también involucrando —en mayor o menor medida— las áreas de salud, transporte y vivienda.
En definitiva, se cuestiona la legitimidad del modelo de sociedad que se instala en Chile con la vuelta a la democracia. La ACES, en este periodo, forma parte de una red de organizaciones representantes de los intereses de un sector mayoritario de la ciudadanía.
Específicamente en el tema educacional, se instala en el debate público la nece-sidad de legislar en contra del lucro y surge, una vez más, la crítica al rol subsidiario del Estado. Se asevera que numerosas instituciones educativas conciben a la ciudadanía como consumidores, estableciendo aranceles muy elevados si se toma en cuenta la media salarial de los trabajadores chilenos.
Lo anterior supone la crítica y el cuerpo de demandas efectuadas tanto por los estudiantes secundarios y universitarios. En su afán de combatividad contra las políti-cas gubernamentales, estas agrupaciones encuentran nuevos bríos e ímpetus, que les permiten posicionarse en la agenda pública, y ser reconocidos como grupos de presión.
En base a lo anterior, podría decirse que la ACES, y las otras entidades antes mencionadas, presentan como un rasgo constitutivo de su identidad este afán combati-vo y espíritu de lucha, que se manifiesta en contra de los intereses de los partidos polí-ticos tradicionales. Este mismo ímpetu ha sido uno de los principales alicientes con el que la organización ha contado para mantenerse activa en el tiempo. Cuando su rol combativo es encauzado por la institucionalidad, el movimiento social parece perder contundencia. Por lo tanto, puede establecerse una relación inversamente proporcional
entre el nivel de cercanía con las instituciones y la fuerza de las protestas ciudadanas de convocación masiva.
LA ACES MIRÁNDOSE AL ESPEJO
Ya hemos revisado la historia de la ACES y su contexto institucional y político. Corresponde entonces estudiar lo que ha sido esta organización en sus propias diná-micas, su propia creación institucional, su propio relato.
Para describir y analizar la dinámica interna de la organización de la ACES, pro-pusimos un modelo de análisis basado en teoría fundamentada, es decir, una escuela de análisis que busca caracterizar un objeto a partir de su propia producción de discur-so. Debido a esto, consideramos actas, comunicados de prensa, columnas de opinión y entrevistas, entre otros documentos, para volver evidente su identidad.
Una vez sistematizada la información, surgieron elementos comunes a la mayo-ría de los documentos, con un característico rasgo discursivo. Dichos elementos dieron luces de aspectos internos y externos de la organización.
Aspectos internos
La investigación demostró que en cuanto a su organización interna, cobran par-ticular relevancia aspectos referidos a la creación de un relato propio, expresión de me-canismos de inclusión y unidad de grupo, y el compromiso con la causa estudiantil. Es-tos elementos poseen tanto una dimensión simbólica, como una material, es decir, se expresan con acciones concretas y específicas como, por ejemplo, marchas, jornadas de reflexión y acción de propaganda.
Relato
La creación de relato implica la generación explícita de un discurso, que da cuenta de la visión de mundo que tiene la organización y que buscan expresar mediáti-camente según distintas vías. Este aspecto es de una importancia esencial, puesto que da cuenta de las intenciones y el ideario del estudiantado que conforma la ACES.
Para ejemplificar lo anterior, podemos considerar un comunicado de prensa apa-recido en agosto del año 2000, en donde se afirma: “Al show de los ‘diputaditos’, ante-
ponemos la organización autónoma de los secundarios, la cual es la única forma de alcanzar la Educación que necesitamos.” Este relato, en donde se caracteriza a los miembros del extinto Parlamento Juvenil como “diputaditos”, expresa un discurso en donde se erige la ACES como portavoz real del estudiantado en el objetivo de mejorar la educación, es decir, es un realce de su legitimidad.
Asimismo, si tomamos un comunicado emitido más de una década después del primero, nos damos cuenta de una constante en la generación de discurso, en donde se enarbolan las mismas banderas de la ACES como un organismo representativo de la voz de los estudiantes y su vocación combativa ante la política tradicional: “Los estu-diantes secundarios una vez más alzamos la voz y nos hacemos presentes en desacuerdo con las discusiones que la clase política está dando en estos momentos, ya que, no sólo no abordan los cambios estructurales que requiere la educación y que nosotros demandamos, sino además, se reducen a temas presupuestarios que maño-samente resultan ser medidas de parche de un sistema educacional que está en crisis.”
Inclusión y unidad
La ACES considera como un valor esencial, la solidaridad interna y la capacidad de poder actuar en conjunto frente a los problemas educacionales y sociales. Esto quiere decir que en su dinámica interna priman los mecanismos que convocan a la uni-dad, y al accionar colectivo.
Lo anterior se evidencia si tomamos en cuenta un comunicado de prensa del año 2000, en donde se asevera: “En este sentido, legitimamos la movilización con la defensa de los derechos estudiantiles y apoyaremos las que en adelante se produzcan, para lo cual hacemos un ferviente llamado a la unidad, autonomía y acción hasta ser escuchados como corresponde.”
De la misma forma, el año 2011, en un acta, se hace el mismo llamado a la soli-daridad y a la acción unitaria: “Recordamos que cualquier compañero que quiera parti-cipar en está comisión está totalmente invitado, el único requisito que le pedimos y exi-gimos puntualidad y COMPROMISO (sic).”
Compromiso
Esta variable tiene que ver con el nivel de sacrificio y de mutuo apoyo en favor de la causa estudiantil. Se realizan tanta acciones simbólicas como materiales que buscan representar la abnegación de las voluntades individuales en pos de un objetivo común.
La investigación arrojó luces de apoyo material de diversas actividades que realizó la ACES: “Se necesita que todos los compañeros de la asamblea… ayuden en lo que sea necesario (seguridad, repartir propuestas, escenografía, etc.)”… “Se recibió alimentos por parte del Anexo Indiragandi [liceo municipal de la comuna La Florida] (sic)”… “La comisión se ha encargado de ayudar a los compañeros que han sido desa-lojados”… “Trabajar profundamente ayudando a compañeros que necesiten ayuda le-gal.”
Respecto a la ayuda simbólica, podemos destacar un comunicado del año 2011: “Después de 6 meses de movilización hemos decidido acampar indefinidamente a las orillas del Río Mapocho y así probar que los estudiantes no descansaremos hasta re-cuperar el derecho que se nos ha sido arrebatado (sic).” Este tipo de ayuda no es ma-terial, puesto que lidia con un activo intangible, en este caso, una intervención urbana.
Interacción con el entorno político
Este frente denota dos tendencias. Una referida a la combatividad y a los aspec-tos conflictuales con otros actores, y otra referida a la colaboración, alianzas estratégi-cas y a las agendas comunes con otros organismos.
La primera denota claramente un antagonismo con el Estado en particular y con el “sistema” político tradicional en general. Esto cruza distintos temas: la herencia dicta-torial, la represión policial, la victimización del estudiantado y la demonización del lucro.
La segunda, en cambio, tiene que ver con las relaciones afectivas y comunitarias con otros actores de la sociedad civil, como por ejemplo los trabajadores, pueblos indí-genas, movimientos ambientalistas, universitarios, entre otros.
Combatividad y antagonismo
Al analizar su discurso, encontramos numerosos ejemplos. La ACES presenta una lógica propia de una lucha constante y aguda contra el poder, encarnado en la figu-ra del Estado, pero también en el sector empresarial y el sistema político tradicional. Proponen desde su situación de víctimas, una reivindicación de los valores comunita-rios y de autogestión que evoca a la izquierda inorgánica.
Tomamos, por ejemplo, una columna de opinión de la antigua dirigente de la ACES, Eloísa González: “(…) el desprestigio de la institucionalidad como interlocutor hacia los movimientos sociales; y la necesidad de constituir un movimiento transversal desde donde plantear alternativas al sistema neoliberal en todos los planos.”
Asimismo, observamos estas mismas líneas discursivas en un comunicado pu-blicado más diez años antes:
“Los derechos ciudadanos no pueden ser guiados por las leyes del mer-cado, sin embargo, normas del Estado y de la forma más inmoral ampa-ran la trasgresión (sic) constante de este principio al dejar su responsabi-lidad de garantizar nuestros derechos al empresariado microbusero, que no ve en sus funciones más que oportunidades de lucro.
Consideramos que desde la irresponsabilidad de las autoridades parte realmente el eterno conflicto, y que su definitiva solución pasa por políti-cas de estado que protejan de verdad a la población.”
Desde el discurso de la ACES, se vislumbra una tendencia a denunciar al Esta-do como un mal interlocutor, que buscaría desarticular el movimiento mediante diversas estrategias que buscan perjudicar – o cuando menos entorpecer – el proceso de diálo-go. Numerosas son los fragmentos de documentos que denuncian esta faceta negativa del órgano estatal. La ACES siempre cumpliría su “parte del trato.” En cambio, el Esta-do tomaría decisiones unilaterales, prejuicios y que en definitiva “no respeta los acuer-dos.”
Lo anterior pone de manifiesto una situación de victimización del estudiantado, que también se observa al referirse a la represión policial y al cuestionamiento de la legitimidad de la institucionalidad vigente. No es raro encontrar alusiones a que el pre-
sente se encontraría todavía bajo una influencia dictatorial que habría que combatir a toda costa. Como aparece en un comunicado, fechado el 2012: “En esta Constitución sólo el lucro rige los designios de la educación en Chile, la salud, la vivienda y las pen-siones. En ella, aún maquillada de Reformas, recibe lo peor de nuestra historia… Lo que hemos contribuido a hacer es justamente abrir un debate público sobre la poca legitimidad que tiene esta institucionalidad y esta forma de gobernar.”
Afectividad y solidaridad
La ACES considera necesario que aquellos grupos o colectividades histórica-mente discriminadas y excluidas de la sociedad chilena, deben unirse para poder gene-rar un grupo de presión más potente y efectivo. Éstos se encuentran principalmente en el mundo laboral – resaltando la figura del trabajador oprimido – también en el mundo universitario, indígena y medioambientalista. Como aparece en una columna de opinión de Eloísa González el 2012: “(…)la movilización como única forma de ser escuchados; el desprestigio de la institucionalidad como interlocutor hacia los movimientos sociales; y la necesidad de constituir un movimiento transversal desde donde plantear alternati-vas al sistema neoliberal…”
En este punto, nuevamente, la ACES se autodenomina la “voz” de otros actores ciudadanos involucrados en el sistema, que crea injusticia, inseguridad y riesgo. Por ejemplo, los padres y apoderados, los universitarios, los trabajadores y los cesantes. Con la crisis del pase escolar, el 2001, los estudiantes expresaron: “La decisión tomada por el consejo superior de transporte no sólo perjudica a los estudiantes secundarios, sino preferentemente a nuestros padres y madres, a los trabajadores en general y es-pecialmente a los desempleados, gravemente a los universitarios.” Asimismo, constan-temente se busca ser llamado a la cohesión social, de forma movimental: “Hacemos el llamado a la sociedad chilena a mantener su atención y seguir informándose sobre el conflicto educacional, pues éste no está en absoluto zanjado y necesita de la organiza-ción y voluntad para seguir avanzando.” Ésta última intervención es del año 2011, y es posible apreciar un hilo conductor en las demandas, una década después.
UNA CRÍTICA DESDE UN PUNTO DE VISTA DE LA LIBERTAD
Ya estudiados el ambiente interno y externo de la organización, todo esto enten-dido como un objeto involucrado en un contexto histórico específico, cabe hacer una reflexión crítica, liberal, respecto de la ACES. Si tomamos esta orgánica desde la pers-pectiva anterior, podemos observar que tanto en su frente externo como interno, existe una óptica distinta de lo que es la libertad. Si la libertad es vista de manera negativa (como ausencia de coacción de otros individuos o de la organización misma en su con-junto), encontraremos que la ACES es un organismo iliberal, debido a que no respeta las libertades individuales tanto de los estudiantes que están en desacuerdo con las formas de protesta, con el discurso desplegado, o con el fondo ideológico de su accio-nar. De hecho, en términos estrictamente individualistas, podemos ver que existe una propensión en la ACES de diluir al miembro de la organización en su propia orgánica y discurso. Los mecanismos de creación de relato, de inclusión y unidad, y de compromi-so apuntan justamente a lo que se menciona; de hecho, en el estudio de las fuentes documentales, se observan elementos que incitan a que el estudiante se sacrifique por la causa. Esto hace que el individuo sea visto como medio, y no como fin en sí mismo, condición que podría catalogar a esta organización como una que no respeta las liber-tades individuales. Si observamos un comunicado de la ACES del 2011 podemos evi-denciar lo aquí presentado:
“A pesar de todo este tiempo de constantes movilizaciones no estamos cansados. Ya perdimos el año y estamos dispuestos a dar lo que sea necesario, para que las futuras generaciones de Chile no sufran lo que nosotros como sociedad padecimos hace tantos años y que nadie se ha hecho cargo”.
Ellos mismos se inmolan, ellos mismos reciben la bala para mejorar la condición del resto de compañeros. El miembro de la ACES es quien recibe el mandato popular (desde su propio discurso) para liderar las acciones para derrotar al sistema. En este esquema, no hay espacio para la individualidad, para las dinámicas locales, para los petitorios de cada colegio en particular, incluso. La lucha es por la sociedad, y desde ahí, el individuo es sólo una herramienta para su cambio.
El frente externo es más complejo puesto que involucra a los actores que cola-boran o con los cuales se enfrenta la organización estudiada. Si lo vemos desde el pun-to de vista del Estado de derecho, la ACES es un órgano disruptor del mismo. Su mi-sión es derrotar al sistema, aunque es complicado encontrar una definición clara de lo que entienden como “sistema”, sin embargo, podría verse como un espacio de actores interrelacionados que evita (según ellos mismos) que la educación sea un derecho. Para la ACES, el Estado debe hacerse cargo de la educación, lo cual impide la realiza-ción de cualquier atisbo de libertad de enseñanza. En su agenda no están los colegios religiosos, o los proyectos educativos innovadores. Sólo el Estado es el proveedor de enseñanza (instrucción, quizás) y ese es su derrotero. Este es un elemento que se ob-serva transversalmente desde la creación de la ACES. En 2001, reclamaron “que el estado retome a la brevedad su responsabilidad en la educación siendo el administra-dor del transporte para los estudiantes y sea éste quien entregue el pase (sic)” y que “los estudiantes particulares tienen pleno derecho a recibir pases escolares y que estos deben ser otorgados por el estado, realizándose todas las modificaciones necesarias a la legislacion vigente para que asi sea (sic)”, frente al problema del pase escolar; en 2011 expresaban que “El estado implementará un fondo de recuperación de la educa-ción para la educación pública. Se trata de una inversión que se realiza una sola vez, para recuperarse del estado de devastación del terremoto neoliberal.
Los recursos entregados por el Estado deben ser fiscalizados por la comunidad y deben ser usados en la escuela”, aunque “Las escuelas del Estado deben estar bajo el control de las comunidades (estudiantes, docentes, asistentes de educación, apode-rados, organizaciones territoriales)”, lo cual evidencia una desconfianza del Estado, aun cuando explicitan una necesidad de su accionar liberalmente coactivo.
En este sentido, es importante observar también que el claro antagonista de la ACES radica en el lucro. Aunque podría verse esto como una discusión reciente, ema-nada de las movilizaciones de 2011, este tópico es común entre los años 2000 y 2001, cuando el tema del pase escolar estaba en su punto más álgido: “Los derechos ciuda-danos no pueden ser guiados por las leyes del mercado, sin embargo, normas del Es-tado y de la forma más inmoral amparan la trasgresión constante de este principio al
dejar su responsabilidad de garantizar nuestros derechos al empresariado microbusero, que no ve en sus funciones más que oportunidades de lucro (sic)”. La ACES no sola-mente se despliega como un órgano iliberal en sus principios por la disolución del indi-viduo al colectivo, y la crítica al Estado de derecho como configurador del espacio pú-blico, sino además por la negación de la libertad de enseñanza en temas como la edu-cación; y la libertad de empresa en aquello que les concierne a los estudiantes.
Es interesante, por otro lado, estudiar el discurso de victimización desde un pun-to de vista liberal. Observemos que la ACES despliega durante su historia códigos dis-cursivos que apuntan a denotar a los estudiantes como una masa dañada por los ava-tares del “sistema” que ellos reclaman como perverso. Pues bien, podría verse esto recordando a John Stuart Mill y su clásica obra intitulada Sobre la libertad. Para este autor, es vital entender que la libertad y la autoridad están en constante tensión. La li-bertad sólo tenía expresión cuando se limitaba el poder de la autoridad. En este senti-do, podría verse a la ACES como un organismo esencialmente libertario, ya que busca que el conjunto de estudiantes se exprese con libertad en el espacio público, y en ese sentido, la relación con los medios es entendida como importante, como se puede ob-servar en este fragmento de entrevista a un estudiante de la ACES de 2011:
ENTREVISTADOR: ¿Por qué adoptaron la medida de las tomas?
ALUMNO: Porque no podríamos manifestarnos en las calles. Las autori-dades nos negaban toda forma de movilización, y cuando marchábamos por la Alameda nos reprimía. En la plaza Almagro muchas veces quedó la grande. Entonces consideramos que era legítimo que si no podíamos manifestarnos por las calles, nos tomáramos nuestros liceos.
E: ¿Cómo se llevó a esa decisión?
A: En la asamblea se decidió que como forma de protesta nos íbamos a tomar varios liceos emblemáticos al mismo tiempo, para que tuviera un efecto mediático importante.
Sin embargo, el mismo Mill entiende la importancia de que se respeten los diver-sos puntos de vista para proteger la libertad. La libertad de discurso es esencial para la democracia y para el progreso de las sociedades toda vez que cuando se acalla un punto de vista se corre el riesgo de que ese discurso —aunque minoritario— pueda tener un ápice de verdad. Esto amerita un elemento fundamental en la teoría liberal: la
tolerancia. Es interesante aquí recalcar la “paradoja de la tolerancia” de Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos:
“La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este plantea-miento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impe-dir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras poda-mos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco pru-dente”.
Por cierto que, aquí no observamos una organización que se mueve por tenden-cias ideológicas que induzcan al odio, pero sí observamos una fuerte agresividad pro-ducto, quizás, de la victimización que ellos denotan en su discurso. No hay tolerancia para entender los avances que se intentan hacer frente a su problemática, puesto que la intensidad de las reformas que solicitan y la velocidad a la que las necesitan es muy alta. Como aparece en un comunicado de noviembre de 2011:
Desde la ACES no comprendemos como (sic) es posible que los los par-lamentarios puedan aprobar un presupuesto que le da la «espalda» a la ciudadanía debido a su superficialidad, ya que en vez de transformar de raíz el deficiente sistema educacional chileno lo avala y, aún más, no es capaz de hacerse cargo de una de las demandas más resaltadas y exi-gidas por los estudiantes: educación gratuita.
La evidencia encontrada en la documentación estudiada señala que existe una alta intolerancia a la clase política y al sistema de representación política en general, todo esto anclado en un acervo histórico que retrotrae a la dictadura, lo cual nos permi-te aventurar que obedece a lógicas y procesos de socialización muy intensos. Profeso-res, padres y apoderados probablemente han contribuido a hacer de esta organización un actor con tendencias tan combativas.
Cuando se hace un análisis sobre las lógicas discursivas de organizaciones de este tipo desde una óptica liberal, hay que entender que existe una tensión más com-
puesta de la búsqueda de libertades de expresión y de necesidades materiales, y la libertad del individuo al interior de la ACES. Aun cuando pudiera verse la primera sub-vertida en la segunda, es importante señalar que la construcción social de la realidad de los jóvenes obedece a esquemas que apuntan, extrapolando, a la emancipación del individuo en el espacio público. Los clamores por una educación de calidad apuntan claramente a desarrollar la libertad del individuo, por lo que la ACES no podría calificar-se exclusivamente de una organización carente de toda liberalidad.
Analizando la dinámica interna de la ACES, nos damos cuenta cómo la libertad puede ser un valor complejo de analizar, que posee múltiples matices y significados según la persona o grupo que la celebre. La libertad – ese valor polisémico – se encuen-tra detrás de sus relatos, conflictos, tensiones y victorias.