Por Marcelo Estrella Riquelme.

Luego del terremoto del 27 de febrero de 2010 que sacudió a gran parte del país, y que logró posicionarse como uno de los cinco más grandes de la historia, fue evidente la necesidad de que el Estado asumiera una responsabilidad gigantesca con la reconstrucción, tanto de infraestructura pública, como de los cientos de viviendas que quedaron en el suelo y dejaron familias enteras sin un techo.

Como era obvio esperar, la sociedad y el Estado chileno, mostraron una gran disposición a trabajar lo más rápido posible para lograr la llamada reconstrucción, los sectores políticos se mostraron unidos tras el desastre, evidenciando gran disposición para aprobar presupuestos y lo que fuese necesario para completar esta tarea, que dicho sea de paso, le dio la bienvenida al gobierno a una coalición política que luego de veinte años de ser oposición, lograba llegar al
poder.

En un comienzo las cosas parecieron marchar bien y se trató de mostrar la mayor eficiencia posible por parte de un gobierno tildado de tecnocrático. Como era lógico, la atención pública no se despegó del tema terremoto y reconstrucción por un buen tiempo, debido a las dimensiones e impacto que el sismo había dejado, pero a medida que ha pasado el tiempo, el foco de atención se ha ido desplazando hacia otros asuntos que han saltado a la palestra con gran fuerza, motivados por una sociedad que ha mostrado grandes ansias de salir de su letargo y encierro, para manifestar su malestar y opinión sobre temas que considera trascendentales, como lo ha sido la educación y varios asuntos medioambientales.

La oposición, más que nada ha tratado de seguirle el ritmo a las demandas sociales, intentando de alguna forma recoger las temáticas en boga y hacerlas suyas, para de esta forma mejorar su imagen, que al igual que la del gobierno,
están muy por debajo de lo que les gustaría, lo que se suma a una desaprobación ciudadana abrumadora sobre ambos sectores, siendo inédita en Chile desde el retorno a la democracia. Esta situación ha hecho que la política se vuelva un mero asunto de contingencias, por lo que la reconstrucción nacional ha pasado a un tercer plano muy olvidado. No es que ya no se siga trabajando al respecto, pero la presión sobre el gobierno ha disminuido considerablemente, tanto por parte de la oposición como por parte de la sociedad, ya que ambos han estado muy ocupados tratando de seguirle la corriente a los momentos políticos, más que a las necesidades de mediano y largo plazo, salvo la excepción del tema de la educación que es el único que ha logrado durar mucho tiempo en la palestra y que no concierne a un asunto cortoplacista, como lo han sido casi todas las demandas por temas medioambientales puntuales, donde el mejor ejemplo es Punta de Choros.

Pero es claro que la sociedad no se puede hacer cargo de ejercer presión sobre todos los asuntos y ha priorizado el tema educacional. Esto ha favorecido el lento avance en que ha caído la reconstrucción nacional, luego del boom que representó en un principio, por lo que aún existen muchas cosas por resolver, muchas viviendas que entregar e infraestructura que reponer. Lamentablemente este asunto deja en claro una situación generalizada en la política nacional, la cual cada vez más se ha vuelto un asunto de cómo obtener ventaja política para las próximas elecciones, en vez de ocuparse de los asuntos y políticas que el país requiere.

Hay muchos cambios profundos que la misma sociedad está demandando y que nuestra clase política en general no ha
sabido recoger, sólo como ejemplos se puede mencionar la necesidad urgente de una política energética de largo plazo, que satisfaga tanto las demandas medioambientales como las necesidades de un país que crece y que pretende
alcanzar el desarrollo. Nuestra política nacional, desde hace un tiempo que se ha ido convirtiendo en una política de momentos, donde los diversos sectores políticos, han procurado sacar el mayor provecho político posible de cada uno de ellos, y se han dejado de lado todos aquellos temas de mediano y largo plazo, los cuales demandan políticas de Estado mucho más grandes, las cuales requerirían un apoyo transversal de todos los sectores.

En cambio, cada vez más, los partidos y los políticos en general, se han transformado en actores preocupados de la próxima elección, lo cual es causante clara del descontento social que se ha manifestado con una fuerza innegable, que demanda cambios y que no se siente representado. Pero nuestra clase política en lugar de recoger estas demandas, hacer una autocrítica y responder a las necesidades del país, ha logrado una aun mayor desaprobación y rechazo, siendo más que nunca, una clase política reaccionaria y mediocre, incapaz de estar a la altura de las circunstancias