El giro que tomarían los acontecimientos poco hacía visualizar que las cosas estaban dirigiéndose hacia un desbordamiento total.  Al parecer la noche del 28 al 29 de agosto la intención de calmar los ánimos parecían meras ilusiones. El movimiento de apaciguamiento que buscó generar el presidente con su dimisión del gobierno en la figura del general Baquedano solo permitió ganar tiempo. La situación era complicada y a pesar de la palabra empeñada, el presidente temiendo por la vida de su familia y de sí mismo, resuelve ponerse a resguardo. Su familia es asilada en la legación norteamericana en horas de la noche y en el caso del presidente, después de una sentida conversación con el ministro Uriburu, jefe de la legación argentina en Chile, Balmaceda decide quedarse en dicho lugar esperando los acontecimientos que podrían sucederse. Así nos lo relata el propio presidente:

Aunque el 28 tuve los medios necesarios para salir al extranjero, creí que no debía excusar responsabilidades, ni llegar fuera de Chile como mandatario prófugo, después de haber cumplido, según mis convicciones y en mi conciencia, los deberes que una situación extraordinaria impuso a mi energía y patriotismo.

Esta resolución se había fortalecido al contemplar la acción general iniciada contra las personas y los bienes de los miembros del partido que compartió conmigo las rudas y dolorosas tareas del Gobierno, y la más grave y extraña de procesar y juzgar por tribunales militares a todos los jefes y oficiales que se han mantenido fieles al jefe constitucional, y que en las horas de agitación política excusaron deliberar porque la Carta Fundamental se los prohíbe.

Bastará la enunciación de los hechos para caracterizar la situación y producir el sentimiento de justicia política.

Claramente, y a pesar de las buenas intenciones del presidente, muchas de las consignas señaladas y pactadas con Baquedano quedaron en letra muerta. Ni se respetaron las vidas y enseres de los gobiernistas, ni tampoco se buscó realmente algún tipo de conciliación. Baquedano al parecer no trató de frenar la ola de destrucción y saqueo por Santiago que se desató, teniendo incluso las fuerzas de la capital a su entera disposición para hacerlo. Nuevamente, en su lucidez de político, el presidente Balmaceda sabía que debía de buscar un mayor resguardo en caso de que, tal como aconteció, muchas de sus previsiones no fueran del todo escuchadas. En palabras del propio soldado Arellano, el nivel de destrucción en Santiago tenía un único culpable:

De los saqueos y asesinatos perpetrados en Santiago, es el general don Manuel Baquedano y no otro su principal causante: al dimitir su puesto de Presidente de la República el Excmo. señor Balmaceda, dejó bajo sus órdenes tropas rigurosamente disciplinadas, (6,240 hombres), con las que pudo evitar Baquedano las repugnantes escenas de que fue teatro la capital de Chile.

Desgraciadamente, el señor Baquedano, con detrimento de sus glorias y de su propia respetabilidad, ¡complacíase en atizar las persecuciones contra los vencidos y regocijose de ver que las chusmas destruían los hogares de sus antiguos compañeros que a él mismo habían dado nombradía y a Chile días de felicidad y glorias!

La situación solo se complicaría con el paso de los días, tanto así que el avance de las fuerzas rebeldes y sus dirigentes a Santiago no calmó los ánimos. Cuando finalmente hicieron ingreso a la capital, Baquedano simplemente entregó el mando del gobierno a los jefes de la revolución y se retiró a su casa. Parecía que no solo el saqueo y la mortandad habían sido suficientes hasta ese momento. Comenzaban los juicios y las ejecuciones contra los partidarios del presidente Balmaceda.

Para saber más:

  • Arellano, V.J. (1892) Batallas de Con Con y Placilla. Reminiscencias de un ex – terceriano. Buenos Aires, Sin editorial.
  • Dina Escobar y Jorge Ivulic.  “Las cartas póstumas de Balmaceda en el centenario de una crisis”. En Dimensión Histórica de Chile. n° 8. 1991. p. 83-102.
  • Rodríguez, M., E.,  (1899) Últimos días de la administración Balmaceda Santiago: Imprenta y librería del centro editorial La Prensa