Por Nicolás Llantén Quiroz – Historiador

Sabemos que por la situación de precariedad económica a la cual estuvo sometida en diferentes períodos el Estado chileno durante el siglo XIX, muchas veces los esfuerzos promovidos por parte de los gobiernos eran insuficientes, o bien enfocados en grupos a muy pequeña escala, lo que generaba que prácticamente no se reflejaran avances concretos en su aplicación.

Ahora bien, con la victoria en la Guerra del Pacífico, se abrió la puerta a una reforma educativa que permitiese, por una parte, destinar mayores recursos hacia la promoción de la instrucción en la población, pero también cambiar de paradigma en la enseñanza, centrándose ahora el Estado en dos aspectos que hasta ese momento no habían sido del todo potenciados. Primeramente, el cambio hacia el currículum y la percepción sobre el alumno, como elemento que es instruido en un conocimiento que le permita desenvolverse adecuadamente en la realidad cotidiana y práctica (conocida por los expertos como la “Reforma Alemana”) y también por los necesarios maestros que debían adecuarse al referido cambio de enfoque pedagógico. Si bien el primer aspecto venía desarrollándose desde el gobierno de Santa María (1881-1886), el segundo punto correspondió exclusivamente al presidente Balmaceda. Presentaba el presidente la necesidad de esta aplicación en su mensaje presidencial, de 1887:

“El aprendizaje moral e intelectual del niño está radicado en las aptitudes y en la moralidad del maestro; la enseñanza del maestro en los conocimientos pedagógicos adquiridos en las escuelas normales de preceptores; y el de los maestros y maestras de preceptores, en la preparación especial que les permita adquirir conocimientos técnicos y acabados, la suficiente experiencia práctica, y las virtudes propias del magisterio.

Necesitamos fundar la enseñanza de maestros y maestras de preceptores y preceptoras sobre bases más amplias. Establecidas y reorganizadas las escuelas de preceptores y preceptoras en Santiago, con resultados muy satisfactorios, se construye actualmente una de preceptores en Chillan y se ha iniciado el trabajo de otra de preceptores en Concepción. Aun es necesaria una última en la Serena, y así podremos organizar la enseñanza regular y suficiente para constituir el preceptorado verdadero”.

Sabemos que estas intenciones pudieron concretarse, al menos en el caso de Santiago en 1889. Ahora bien, cabe hacerse la pregunta, para nuestras vivencias diarias en el Chile de la actualidad, ¿estamos observando la necesidad de los cambios educativos que conllevan los nuevos tiempos?, ¿comprenden aquellos que deben dirimir los destinos de estudiantes y profesores la importancia de adecuar los enfoques a las necesidades y perspectivas de ser humano del siglo XXI? Es, más ¿le interesa al Estado chileno ser promotor verdadero de su población por medio de la educación? Lo que hemos visto en el último es que parece que todos detectamos que hay problemas, que son necesarios los cambios, sin embargo, parece que el sesgo ideológico puede más. Un Estado que no educa a su población adecuadamente, no puede sortear los avatares del destino, ni menos pensar en un futuro airoso de progreso, simplemente, porque hay que entender que la riqueza no solo consta de objetos y dinero, sino también de aquello que permita a los seres humanos comprender y entender su papel en la sociedad. Nada más lejano que la actual visión simplista de la humanidad que actualmente impera. Las ideas de Balmaceda siguen penando en los hombros de quienes nos rigen…

Para saber más:

  • Blanco, P. (2016) En busca de un nuevo resorte para la máquina: los tiempos de la política de instrucción pública en la época de José Manuel Balmaceda. En Gaete, J.L., Lobos, M, Gaete (2016) Balmaceda siglo XXI., Santiago: Fundación Balmaceda.
  • Labarca, A. (1939) Historia de la Enseñanza en Chile. Santiago: Imprenta Universitaria.
  • Silva, B. (2015) Historia Social de la Educación chilena. Instalación, auge y crisis de la Reforma alemana. Santiago: Ediciones de la Universidad Tecnológica Metropolitana.